Entre el Pichincha y el cielo - Universidad Hemisferios
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Entre el Pichincha y el cielo 

Mi primera impresión de la UHE es lo que se podría llamar “amor a primera vista”, pero debo comenzar con un antecedente. Transcurría el año 2010 y en el Ecuador tuvimos la visita del entonces Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría. Yo trabajaba en el Colegio Torremar y solo conocía de la universidad lo poco que podría percibirse en las ferias vocacionales que se organizaban cada año. Una noche, después de una tertulia donde nos contaron que la universidad se había convertido en Obra Corporativa, me preguntaron si me haría ilusión colaborar con el proyecto. Si hay algo que caracteriza la vocación en el Opus Deis es la libertad, así que yo entendía que era una propuesta a la que podría negarme, pero esta misma libertad también es acompañada por el deseo de servir donde más nos necesiten, así que no era un dilema fácil de resolver. Mis hijas estaban muy pequeñas y básicamente tenía mi vida organizada en Guayaquil, un proyecto familiar que había costado 13 años establecerlo, así que respondí un poco abrumado que tendría que hablarlo con mi esposa, pero cuando llegué a casa había una visita que tardó en irse y la zozobra de estar atragantado con el tema duró un par de horas. Estaba helado con la noticia, pues estaba consciente de que era un cambio radical para todos, y que además tenía una dosis de incertidumbre porque era un proyecto joven e incipiente, con características muy particulares.  Ya solos y con las niñas dormidas comenté todo el asunto del que tenía muy poca información: no sabía el cargo, el sueldo, ni las condiciones, así que no había ningún indicio de que esto fuera atractivo para la familia. Sin embargo, de manera desconcertante y sin necesitar más explicaciones, mi esposa dijo con vehemencia que debía aceptar, que Dios era buen pagador y que, si la Obra requería de mí en otra área, debía aceptar con los ojos cerrados.  

Concerté una reunión con Alejandro Ribadeneira, y un día de diciembre nos reunimos en la universidad. Las aulas y las oficinas estaban vacías porque todos estaban de vacaciones, pero me deslumbró la majestuosidad de los espacios verdes, el horizonte despejado con varios volcanes visibles y el clima cálido, maravilloso; ni siquiera me percaté de las construcciones prefabricadas que parecían más de un prescolar que de una institución de educación superior. Meses después en una entrevista para una emisora de radio me preguntaron la dirección de la universidad y como no la sabía todavía respondí: “entre el Pichincha y el cielo”.  

Acepté sin analizarlo mucho, sobre todo porque tuve una empatía inmediata con Alejandro, un hombre de un nivel y un carisma extraordinarios. Así que nos mudamos a Quito el 13 de febrero y el 14 fue mi primer día de trabajo. Como anécdota, el sol no salió durante ese año, probablemente uno de los más fríos de la década, y la universidad atravesaba una crisis económica a causa de temas políticos y una acreditación injusta y sesgada, que ocasionó la deserción de un número importante de estudiantes. Fueron años muy duros pero llenos de ilusión, pues teníamos la convicción de un proyecto que la sociedad pedía a gritos.  

Han sido muchas las batallas, el sufrimiento y los desengaños, pero han sido más los buenos momentos, porque fue un trabajo que se convirtió en nuestro proyecto de vida familiar. Trece años después miramos hacia atrás y podemos decir que ese amor a primera vista ha sido una de las mejores cosas que nos han pasado en la vida. El proyecto ha crecido, fortaleciéndose como una de las mejores instituciones del país; mis dos hijas se han graduado de la universidad y todos en casa, sin excepción, llevamos en nuestros corazones el sello Hemisferios.  

UHE
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